La boda real de Felipe VI y Letizia Ortiz el 22 de mayo de 2004 llamó la atención de millones de personas en todo el mundo. Los recién casados emprendieron un viaje que reflejó sus intereses compartidos en la historia, la cultura y la naturaleza, combinando destinos exóticos y experiencias inolvidables.
El viaje comenzó con un guiño a su pueblo, que se plasmó en una ruta por diferentes ciudades españolas. La primera noche de su luna de miel la pasaron en el Parador Nacional de Cuenca, un antiguo convento asomado a la Hoz del Huécar convertido en hotel. Este primer destino, en el corazón de España, ofreció a los recién casados un refugio tranquilo y cargado de historia, perfecto para relajarse tras la ceremonia y disfrutar de su nueva vida juntos.
Sorprendió verlos paseando tranquilamente por el Puente de San Pablo, la Plaza Mayor y las angostas calles del Casco Antiguo de Cuenca. Aunque la tranquilidad le duró a la pareja real justamente lo que tardó en correrse la voz entre los conquenses.
La visita real dejó imágenes que todavía permanecen en la retina de los españoles, y supusieron un potente espaldarazo a la promoción turística de la ciudad de Cuenca.
Desde aquí partieron en dirección a Aragón, donde hicieron parada en Teruel y Zaragoza. Y desde tierras aragonesas hasta Navarra y País Vasco.
A continuación, Felipe y Letizia se dirigieron a Jordania, donde comenzaron su luna de miel privada visitando la icónica ciudad de Petra. Este sitio arqueológico, una de las nuevas siete maravillas del mundo, proporcionó una inmersión en la historia antigua y permitió a la pareja explorar uno de los destinos más enigmáticos y fascinantes del mundo.
Aunque no hay confirmación por parte de la Casa Real, ni fotografías, diferentes fuentes apuntan a que el viaje continuaría por Tailandia, La India y China.
Finalmente, la pareja se trasladó a las islas Fiji en el Pacífico Sur. Aquí, en un entorno de playas de arena blanca, aguas cristalinas y exuberante vegetación tropical, los reyes disfrutaron de unos días de merecido descanso y privacidad. Este destino paradisíaco les permitió desconectar completamente y disfrutar de la belleza natural en su máxima expresión.
La luna de miel de los Reyes Felipe y Letizia fue una combinación perfecta de aventura, cultura y descanso. Cada destino seleccionado reflejó su deseo de explorar, aprender y relajarse en algunos de los lugares más impresionantes del mundo.
Esta travesía, cuidadosamente planeada, no solo garantizó su privacidad y seguridad, sino que también creó recuerdos inolvidables que han quedado grabados en la historia de la realeza española.
Los Reyes Felipe y Letizia, con su elección de destinos, nos recuerdan que una luna de miel puede ser mucho más que un simple viaje; puede ser una celebración del amor y la vida compartida, enriquecida por la historia, la cultura y la belleza del mundo.