La devastación causada por la DANA en Valencia ha sido un cruel recordatorio de que vivimos en un país donde la gestión de los desastres naturales sigue siendo una asignatura pendiente. Lo más doloroso no son solo las pérdidas humanas y materiales, sino la constatación de que muchas de estas consecuencias se podrían haber evitado.
Desde el minuto uno, la respuesta institucional fue errática. Los sistemas de alarma fallaron, los protocolos de actuación se mostraron insuficientes, y las administraciones, en lugar de colaborar, cayeron en el eterno juego de culpas entre partidos de diferente color político. En medio de este caos, los ciudadanos hemos quedado desprotegidos, pese a que somos los que pagamos impuestos para mantener un supuesto estado de bienestar.
El presidente del Gobierno prefirió acudir a compromisos internacionales, como su visita a Azerbaiyán y la Cumbre del Clima, mientras en España lidiábamos con una herida abierta. Es cierto que el cambio climático es un desafío global que demanda atención, pero este no puede servir de excusa para no actuar localmente y estar preparados ante emergencias recurrentes como la gota fría en la costa mediterránea.
La política hidrológica: entre la ideología y la negligencia
Los episodios de gota fría no son nuevos. Han afectado históricamente a la cuenca mediterránea, y precisamente por ello, ya deberían haberse implementado infraestructuras preventivas adecuadas. Sin embargo, los proyectos previstos y presupuestados, como la presa de Cheste, han quedado en el olvido, mientras que los que sí se ejecutaron en épocas pasadas, como el nuevo cauce del río Turia o el embalse de Forata, han demostrado su efectividad para contener una tragedia mayor.
La política hidrológica se ha visto secuestrada por la ideología. En un afán de sobrerregular y proteger el medio ambiente, se ha olvidado de la protección de las personas. La falta de limpieza de los cauces, invadidos por cañas y vegetación, no solo es un ejemplo de desidia, sino también de decisiones políticas que penalizan incluso las acciones preventivas más básicas.
La falta de liderazgo en emergencias
La tragedia también ha evidenciado la ausencia de un mando único y la mala organización estatal ante emergencias. Las competencias fragmentadas entre administraciones sin medios suficientes han entorpecido la actuación. A ello se suma la percepción de que sobran cargos políticos innecesarios y faltan técnicos cualificados que puedan tomar decisiones rápidas y efectivas.
Cuando más se necesitaba, las autoridades han demostrado que para ellas los votos pesan más que las vidas humanas. La falta de previsión y la incapacidad de priorizar el bien común son el reflejo de un sistema que necesita una reforma urgente.
Aprender del desastre
Es fundamental que esta tragedia nos impulse a adoptar medidas reales, dejando de lado los cálculos políticos y la ideología. Necesitamos infraestructuras adaptadas a los riesgos climáticos, una política hidrológica basada en la ciencia y no en intereses partidistas, y un sistema de emergencias con liderazgo único y medios suficientes para actuar con eficacia.
Las vidas que se han perdido en Valencia no deben ser en vano. Exigimos a nuestros políticos responsabilidad, planificación y, sobre todo, acción. La ciudadanía merece algo mejor.